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domingo, 5 de septiembre de 2010

‘El infierno’ de Estrada y de México.


Extracto de Maximiliano Torres. Milenio, y el Universal, 5 de agosto de 2010


El cine mexicano ha conocido directores valientes. Si bien Luis Estrada está entre ellos, hay que ubicarlo aparte por una razón.

Julio Bracho filmó La sombra del caudillo (censurada y maldita) en los sesenta aunque su premisa narra los años de la Revolución Mexicana; Roberto Gavaldón realizó Rosa Blanca en 1961, se estrenó en 1972; su tema son los abusos cometidos en la extracción del petróleo en el México anterior a 1938. Jorge Fons abordó la matanza de Tlatelolco en 1968 con Rojo amanecer en 1989.

Independientemente del periodo de censura del que fueron objeto, todas estas cintas fueron debates diferidos por décadas; temas agitados en una época distante a su origen.

La valentía de Luis Estrada consiste en presentar en El infierno, una cinta estrictamente basada en lo que acabamos de vivir justo hace unas horas: corrupción, crisis política y narcotraficantes que se disputan el poder.

Esa valentía es posible, considerando además, queramos reconocerlo o no, a que hoy podemos levantar la voz y decir algunas verdades; aunque eso de levantar la voz es no más tantito, para que no se molesten quienes se sientan indicados y nos vengan a presentar sus inconformidades en términos de algún calibre a quienes transitamos por la calle sin guaruras y no ostentamos poder alguno.

Damián Alcázar interpreta a Benny, un paisano deportado de Estados Unidos que regresa a su pueblo y, como parte de un proceso natural, no tiene más alternativa que involucrarse en el narco.

Técnicamente, El infierno es una muy buena película, pero esa vigencia que la fortalece también la afecta.

El espectador puede jugar al psíquico y predecir, desde la primera escena, absolutamente toda la película. ¿Eso importa? Supongamos que no, pues se trata de una crítica social y no una de una pieza para entretener. El humor negro y la crudeza en el guión (técnicamente también un buen guión) son rebasadas por la realidad que ocurre justo afuera de la sala de cine, mientras vemos una película que pretende poner un dedo sobre la llaga. O varios dedos u orejas que luego son cortados y lanzados a la calle.

Quizá hay una razón por la que el cine de denuncia llega con demora y no al instante.

En el ‘checklist’ de una excelente película, Luis Estrada tiene todo abarcado: un ensamble actoral sin lado débil, estupendo trazo escénico para la acción, giros expertos del drama al humor y un retrato honesto de la realidad.

Este triunfo cinematográfico consiste en la posibilidad de emitir un mensaje con tanta intensidad y libertad artística en tiempos difíciles. Fuera de ahí, por más inclemente y lograda, El infierno relata algo que a ningún mexicano le van a venir a contar con mejores recursos narrativos.

Bueno, hablamos de los mexicanos informados, pues hay quienes todavía creen en las promesas de campaña y otros a quienes los hacen de su "familia", para usarlos en beneficio propio, haciéndose de la vista gorda por el hueso que les presentan como incentivo.

Quizá la censura está en que la película enfoca sus baterías en cuestionar el presente del país y los supuestos logros para celebrar el aniversario de la Independencia y la Revolución.

"La película pasa por las armas a todos y hay referencias claras de quién lo dijo, claro, en el marco de una comedia negra y sátira. Se verá la forma en que a veces nos quieren vender un catarrito y luego una pulmonía, o de que estamos en una guerra (contra el narco) y aunque no lo parezca, la estamos ganando", señaló en su momento Estrada a EL UNIVERSAL.

Parece ser que estamos condenados a que cada 100 años debemos celebrar con varias decenas de miles de mexicanos muertos por algún calibre. Y como nada se repite igual, ahora hay que sumar una cifra indeterminada de migrantes centro y sud americanos que inocentemente cruzan nuestras fronteras ya hace decadas en busca del sueño americano y mueren en el intento.




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