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miércoles, 8 de septiembre de 2010

Lo que quedó bajo el derrumbe de Pasta de Conchos


La muerte de esos 65 trabajadores que entraban al vientre del planeta cada día por salarios miserables ha sacado a la luz muchos de los aspectos más cruentos del país, pero también un hecho esperanzador.

Ha mostrado el asco que da el grueso de los líderes sindicales mexicanos. El caso del sindicato minero es particularmente escandaloso. Su líder, Napoleón “Napito” Gómez Urrutia, fue electo en 2002, después de un pleito interno archivado por la Secretaría del Trabajo y Previsión Social que ahora están sacando a flote de nuevo. La presencia de Gómez Urrutia al frente del sindicato no es casualidad, sino herencia: es hijo del nunca bien ponderado Napoleón Gómez Sada, cacique de la minería y principal dirigente del sindicato durante 40 años.

Y no sólo eso: según Grupo México, el 22 de octubre de 2004, en presencia del entonces Secretario del Trabajo Carlos María Abascal Carranza, otorgó al Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana (SNTMMSRM), a través de Gómez Urrutia, 55 millones de dólares, mismos que el sindicato debía distribuir “entre los miembros agremiados del Sindicato Fideicomitente que reúnan los requisito de elegibilidad definidos por éste, así como a aplicarlos al pago de los gastos, honorarios y demás erogaciones efectuadas por la Fideicomitente, tendientes a lograr la modificación del presente Contrato de Fideicomiso, así como a la defensa de los derechos de sus trabajadores.” Se suponía que eran la compensación por la privatización de una de las empresas del grupo. El problema está en que en algún momento, Napito decidió que sólo iba a repartir 20 millones, después se desdijo, luego lo confirmó y al final no se supo qué pasó con ese dinero.

¿Qué hizo Napito con los 35 millones de dólares que no se repartieron en un primer momento? Trabajo de organización sindical ciertamente no: sólo 20 de los 65 trabajadores muertos estaban sindicalizados. ¿Defensa de los derechos de los mineros? Según el testimonio de uno de los rescatados, “de todas las minas donde he trabajado, la seguridad aquí está por los suelos”. ¿Se destinó a un fondo de emergencia o de apoyo mutual a los familiares de trabajadores accidentados, como se hace en otras partes? Tampoco. La madre de uno de los trabajadores atrapados permaneció esperando afuera de la mina cuando ya habían partido periodistas y autoridades, después de darse a conocer la muerte de los trabajadores. “¿Pa’ qué me voy a ir si mi hijo era todo lo que tenía?”, declaró a la prensa. ¿Entonces qué demonios hizo el sindicato de la sigla indescifrable con esos 35 millones de dólares que no se repartieron entre los trabajadores?

En todo caso, el derrumbe de la mina ha mostrado cómo la situación del sindicalismo en México es tan grave como lo ha sido siempre: Una empresa compró un sindicato dándole directamente 55 millones de dólares a repartir como mejor le conviniera, y el sindicato cumplió con lo que seguramente se pactó bajo el agua: de huelgas nada, y de protección a los trabajadores menos.

Ha mostrado la inutilidad de las autoridades federales y estatales. ¿Alguien en la Secretaría del Trabajo se preocupó por garantizar las condiciones de trabajo en la mina? No. ¿Para qué? En los cien años de vida de San Juan de Sabinas nadie se había enterado ni siquiera de su existencia ¿Alguien en el gobierno del Estado se preocupó por mantener la viabilidad o, por lo menos, las condiciones laborales y de desarrollo mínimas en el sector minero? No. ¿Para qué, si su participación en el producto interno bruto del estado en 1993 era mínima (3.72%) y en 2003 era todavía menor (2.98%)? Y bueno, preguntar si alguien se preocupó por los mineros es ya ridículo.

Con todo, ha mostrado algo muy esperanzador: A pesar de todo, el país no ha perdido la capacidad de indignación ante atrocidades como ésta. Se podrá decir que no se ha perdido esa capacidad, pero que la voluntad de acción sí que ha disminuido, que la apatía campa a sus anchas, pero esto es falso.

La apatía está llena de rabia, de impotencia, de indignación, pero si no hay salida para esos sentimientos, si no se le presentan a la gente posibilidades de actuar contra lo que lo indigna, esa rabia sólo se acumula y se convierte en esceptismo y desesperanza.

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